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Opinión
COLUMNISTAS 12:01 a.m. sábado 3 de septiembre de
2016
Leer para ser libres*
Vivimos una superabundancia de imágenes que
ocupan nuestra atención desde que nos levantamos
hasta que volvemos a la cama
Pedro Miguel Lamet
opinion@laestrella.com.pa
Vivimos una superabundancia de imágenes que
ocupan nuestra atención desde que nos levantamos
hasta que volvemos a la cama, en la tele, el
móvil, la tableta, el ordenador. Las llevamos en
el bolsillo, nos agreden en la calle, ocupan
lugar preferente en el salón. Nuestro cerebro se
ocupa casi todo el día en decodificarlas, y
nuestro subconsciente de resituarlas en el
desordenado desván de la conciencia. Es cierto
que puede haber películas, fotos, anuncios,
reportajes y documentales enriquecedores e
incluso artísticos. Pero tan excesiva ingesta
puede crear indigestión, y ninguna imagen
sustituye a la lectura. ¿Por qué?
Porque la imagen te lo da casi todo hecho. En el
libro tienes que crear tú. A las sugerencias del
autor has de poner rostros, paisajes,
situaciones, co-crear con él. Por eso, los
buenos libros superan con creces las
expectativas de los autores. La lectura es a la
mente lo que el ejercicio físico al cuerpo.
Quizá por eso hoy abundan las mentes
anquilosadas, triviales, insustanciales, fofas,
porque no se lee o se lee a salta de mata.
Entre 2015 y 2016 hemos traído a la memoria, en
sus respectivos centenarios, a tres grandes
escritores: Cervantes, Shakespeare y Santa
Teresa. El primero decía que ‘el que lee mucho y
anda mucho, ve mucho y sabe mucho ', y la santa
de Ávila: ‘Lee y conducirás, no leas y serás
conducido '. Quizá por eso en un siglo en que la
mujer estaba tan minusvalorada ella fue tan
grande, tan libre, tan autónoma.
Cuando abro un libro se me extiende una playa,
vuelo a otros cielos, me comunico con el
universo: viajo, sueño, penetro en almas
desconocidas, vivo situaciones inéditas, exploro
pensamientos y vivencias que me hacen crecer y
ampliar horizontes. Por ejemplo, el imaginativo
Emilio Salgari no salió de su Génova natal,
donde vivía pobremente en un piso bajo y sacó
sus exóticas aventuras de las enciclopedias, los
libros que leía y sus conversaciones con
marineros del puerto. De aquí que enseñar a leer
es entregar a alguien el arma más poderosa para
despertar, concienciarse y situarse en el mundo,
en una palabra, para ser libre.
En un primer momento se pensó que la irrupción
del libro electrónico iba a desterrar al
tradicional volumen impreso en papel. Tras un
desconcierto inicial, su función parece que está
resituándose. Aunque el impacto de la piratería
por Internet sigue siendo preocupante para la
industria del libro y la subsistencia de los
autores, el ‘e-book ' y el ‘e-reader ' están
encontrando su función. De un lado abarata la
lectura, al simplificar los costes de edición.
De otro facilita el transporte, el acceso y la
comodidad de leer en sinfín de circunstancias
como la cama, el campo, la playa, los
desplazamientos o los sitios más insólitos. Eso
sí, no substituye al embrujo de objeto de culto
que es y seguirá siend o el libro impreso. Por
tanto, como ha sucedido con otros medios de
comunicación, como el periódico, la radio, la
televisión e Internet, son vehículos de
comunicación y cultura que más que sustituirse,
se complementan.
Lo importante es leer y sobre todo digerir la
lectura, pues hoy vivimos la herejía de la
rapidez. Para que aproveche, ha de ser una
lectura reposada, no un mero devorar libros como
palomitas de maíz. Me encanta la frase de Woody
Allen: ‘Tomé un curso de lectura rápida y fui
capaz de leerme ‘La guerra y la paz' en veinte
minutos. Creo que decía algo de Rusia '. Sobre
todo me quedo con lo de san Agustín: ‘Cuando
rezamos hablamos con Dios, pero cuando leemos es
Dios quien habla con nosotros '.
Antes que aprender a usar un pico y una pala, lo
que construye futuro en los pueblos más pobres y
sometidos del planeta es aprender a leer y a
escribir. Proporciona alas para viajar a mundos
desconocidos, escaleras para acceder a la
cultura, herramientas para despertar por dentro,
ideas para construir un mundo, resortes para
evolucionar, en una palabra, abre caminos a la
libertad. Si el analfabetismo crea esclavos, el
acceso a los libros los convierte en ciudadanos
responsables y libres. Recordemos a aquellos
hombres y mujeres que se aprendían de memoria
obras clásicas para salvar los libros destinados
a la quema programada en Fahrenheit 451 , la
novela de Bradbury llevada al cine por Truffaut.
Hoy, en Occidente, no es que los libros ardan en
hogueras, sino que casi no leemos o lo hacemos
tan superfici almente, a golpe de ‘clic ' en
Internet, que son las nuevas generaciones las
que corren peligro de quemarse en las llamas de
su propia insustancialidad.
*Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS),
ccs@solidarios.org.es.
PERIODISTA. DIRECTOR DE LA REVISTA A VIVIR. |
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